Mi columna de opinión en EL TIEMPO. Octubre de 2016

Este domingo termina la semana del arte en Bogotá, momento propicio para hablar de la innegable relación entre la gastronomía y la pintura.

Comencemos: desde tiempos lejanos la mirada creativa del hombre ha estado puesta en la alimentación. Bodegones, naturaleza muerta, escenas alrededor de la mesa, y mucho más, hacen parte de la historia del arte universal.

Sin ir muy lejos, recordemos el ‘Buey desollado’ de Rembrandt, o ‘Los comedores de patatas’ de Van Gogh, o ‘La última cena’ de Leonardo da Vinci y los cuadros de Arcimboldo en los que genialmente, con frutas y verduras daba forma a retratos.

En el arte contemporáneo la comida también hace presencia y oronda se pasea por la obra de Warhol, Muniz y Fernando Botero, por mencionar algunos.

Tengo una tremenda fascinación por el maridaje entre el arte y la cocina, especialmente cuando descubro que muchos de los grandes pintores han dejado el registro de las pasiones y obsesiones sobre lo que les gusta comer y beber; tal es el caso de Salvador Dalí, quien magistralmente combinó la comida con el surrealismo.

Podemos ver en sus cuadros langostas, chuletas y pasteles, sin dejar a un lado las opulentas cenas y banquetes que felizmente organizaba.

A propósito, tengo gratas noticias, el libro ‘Las cenas de gala’, en las que Dalí dibuja recetas, ingredientes y preparaciones frecuentes en sus invitaciones, ha sido reimpreso por Taschen, un verdadero manjar para ver y saborear.

Tolouse Lautrec, sibarita, bohemio, goloso y fiestero, solía hacer imponentes bacanales en los que él mismo cocinaba e inventaba platillos.

Se dice que cargaba un rallador y nuez moscada para agregarle al oporto.

Impecable anfitrión, que cuidaba cada detalle, al punto extremo de ilustrar los menús de las cenas que ofrecía, dejando como resultados bellísimas obras, que fueron recopiladas por su marchante para la edición de un libro.

Puedo escribir sin parar y traer a colación a figuras como Frida Kahlo, quien adoraba cocinar para su amado Diego Rivera; o a Renoir, de quien se cree que utilizaba a sus cocineros como modelos; o de Matisse, que hacía una estupenda sopa de cebolla. El tema es infinito, aunque también me hace reflexionar sobre una discusión que se ha venido masticando en los últimos tiempos. ¿Es acaso la cocina un arte? Abrebocas para otro momento. Oigo sus comentarios… Buen provecho.