Mi columna de opinión EL TIEMPO, Agosto 28 de 2016

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Imagine una mesa con las siguientes y suculentas viandas: langosta termidor, paella valenciana, sopa bullabesa, ‘boeuf bourguignon’, ñoquis ‘pomodoro’, tostadas francesas, torrijas y caviar.

Pero vayamos más lejos, ponga el precio que le costaría sentarse y comer en dicha mesa ¿Ya hizo las cuentas?

Para muchos, al menos para mí, sería un verdadero lujo poder disfrutar de estos platillos diariamente.

Lo curioso del asunto es que no surgieron de la opulencia, todo lo contrario, estos y muchos más nacieron de la pobreza, la escasez y el hambre.

Familias enteras que tenían que sobrevivir con los desperdicios de sus patrones o con las pocas ganancias que les dejaban sus trabajos en el campo y pesca debieron ser muy recursivas, y si se quiere creativas, a la hora de cocinar y alimentar a su prole.

Con lo poco que tenían se inventaban las recetas. Fueron verdaderos genios culinarios.

Por ejemplo, el tan costoso y renombrado caviar eran los despojos sazonados de las huevas de esturión con las que se quedaban los pescadores para poder apaciguar el estómago vacío.

El estofado francés de carne cocida en vino, conocido como ‘boeuf bourguignon’, que tan famoso hizo la cocinera y estrella de televisión norteamericana Julia Child, no es más que un plato campesino de la región de Borgoña con cortes duros de carne, sobrantes de vegetales y vino casero.

Pero para mayor sorpresa, les cuento que la reina del Caribe, la sabrosa, ostentosa y carnuda langosta, era utilizada para alimentar cerdos, presos y a la servidumbre. Vaya paradoja.

Todos estos platillos, con el paso del tiempo y por diferentes razones y hechos históricos fueron acogidos por las clases más pudientes.

Hoy no solo hacen parte de los grandes banquetes, sino que están presentes en las cartas de lujosos restaurantes, donde son ofrecidos como la especialidad de la casa o los platos estrella del lugar.

Es una especie del mundo al revés, donde ahora resulta que la comida de los pobres hace parte de la mesa de los ricos y es servida por estos últimos, como un gran manjar; como se diría popularmente, muchos igualados.

Celebro que a los platos colombianos de origen humilde y campesino les estamos dando el reconocimiento que merecen y espero que continúen siendo parte de las grandes y elegantes mesas del país y, porque no, del mundo.

Buen provecho.

De postre: quien busca una buena comida italiana y que sea hecha con pasta fresca, no se puede perder Cacio e Pepe, en la carrera 11A n.° 89-38, en Bogotá.