Mi columna de opinión en EL TIEMPO, 26 de junio de 2016

PAZ

 

Colombia, Cuba, Venezuela. Tres naciones, tres pueblos, tres ideologías y un centenar de cosas que nos diferencian, pero sin duda son más las que nos unen.

Hoy me quiero referir a la identidad culinaria de estos países, quiero hablar de los sabores de la paz.

 Una de mis primeras sorpresas al llegar a Cuba fue la familiaridad que sentí con su comida y la cercanía con los recuerdos culinarios de mi infancia. Esos sabores caseros, llenos de sazón y muy gustosos, que rememoraban la casa de las abuelas y las cocinas tradicionales colombianas.

Sin embargo, lo que más me desconcertó fue que yo, una cachaca de pura cepa tremendamente orgullosa del ajiaco, descubrí para mi asombro que la gran sopa cubana se llama también así: ‘ajiaco’. Dos potajes que nos unen por sus técnicas y tradición. La de ellos, con variedad de carnes, plátano y tubérculos; la nuestra, con pollo y diversas papas.

Y ni hablar de los moros y cristianos, esos frijolitos negros cubanos que tiñen el arroz blanco o la ropa vieja que nosotros llamamos ‘carne desmechada’ y que acompañamos con patacones.

Con Venezuela, la cosa no se queda atrás. Encontramos las hallacas, tan consumidas también en los Santanderes, y las arepas, bien sea rellenas, fritas o asadas. Las dos son tan nuestras como de ellos.

¿Que quién los inventó primero? ¿Que cuál es el país de origen?

No importa. Más allá de si fueron los unos o los otros, forman parte de las costumbres gastronómicas de los dos países que nos llevan al campo, a los mercados y al hogar. Se trata de platillos que son fuente de alegría, de compartir, de cotidianidad y que a la final solo transmiten paz. Son comidas reconfortantes que no se olvidan, a pesar de las modas y tendencias, hechas para el disfrute, la fiesta y la familia.

Somos países festivos, cálidos, amigos, hermanos y no existen fronteras culinarias entre nosotros; compartimos técnicas, ingredientes, tradiciones, recetas, preparaciones, gustos y placeres.

Los acuerdos de paz se firman en mesas de negociación y, cuando los mencionan, ‘impajaritablemente’ me transporto al comedor, a la mesa servida, a la familia y a los amigos departiendo alrededor de la comida.

Hoy más que nunca me gustaría pensar que estas mesas de trabajo estarán destinadas al disfrute de bocados, de platillos, de camaradería y, por supuesto, de celebración.

La cocina nos debe unir, la cocina es paz.

Que cese el fuego de las armas pero que nunca se apaguen los fogones de nuestras cocinas. ¡Buen provecho!