Mi columna del 25 de Enero de 2015 en EL TIEMPO

cuchara de palo

 

Infaltable e imprescindible en la cocina, ella se pasea entre guisos, sopas y pucheros. Me atrevo a afirmar que es portadora de sazón y tradición de las comidas y que, independientemente de si es en un restaurante o en una casa, su presencia brinda la sensación de calidez y calor de hogar.

La cuchara de palo no tiene marcas, ni patentes, ni requiere de estrategias de mercadeo para ser vendida, ella se defiende por sí sola y más aún si está hecha por las manos de un artesano. Sus perfectas imperfecciones, cuando no es ni tan redonda, ni tan ovalada y algunas veces ni tan curva y otras ni tan plana, son la extensión de la mano de montones de cocineras y cocineros que día a día nos alimentan alma y cuerpo con sus sabrosos platillos.

La cuchara de palo no requiere de protagonismos, ella se mantiene discreta en un rincón o en un cajón porque sabe que es indispensable y que hace parte de nuestra civilización y cultura gastronómica desde mucho tiempo atrás. No se trata de un invento moderno y para el ojo desprevenido no es muy sofisticada. Pero, atención. No se equivoquen; sin ella unos huevos pericos, un ajiaco con pollo, un sancocho, una salsa, un risotto, un hogao o una crema pastelera no serían lo que son. No hay ninguna nueva tecnología, ni material ni diseño que la desbanquen; ella es irremplazable.

La cuchara de palo consiente y acaricia las frutas, las verduras, las hierbas y la carnes, jamás las destroza, sino que las envuelve con suavidad, como si fuera una manta, para que se mezclen y combinen los sabores entre si. Pero a su vez, tiene la destreza de despegar y raspar las costras y quemaduras de nuestras ollas y sartenes sin hacerles daño. La cuchara de palo no altera el sabor, ni es tóxica, ni es costosa ni abrasiva, y se consigue en tiendas especializadas, plazas y en mercados artesanales. Es ideal para probar el gusto de nuestras recetas, ya que no transfiere calor, evitando los terribles quemones en la lengua que nos dan las de metal. En mi humilde opinión es el regalo perfecto tanto para el que cocina como para el que no, pues siempre será necesitada.

No me tilden de loca, pero ya mismo voy a donde mis cucharas de palo en la cocina a agradecerles. Buen provecho.

De postre: al lado de la plaza del Siete de Agosto en Bogotá, descubrí este restaurante italiano: Trattoria de la plaza, imperdible su canilla de cerdo al horno (Calle 66 n.° 22-45 Piso 2).

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