Por Margarita Bernal para la revista Cocina Semana Julio 2013

Doña Nieves y Don Pedro dos campesinos de Susa y Chocontá, respectivamente, se enamoraron, conformaron una familia y fundaron uno de los más tradicionales restaurantes de Bogotá: el Piqueteadero Doña Nieves.

 

Todos los Miércoles en la mañana, llegan desde Pereira y Bucaramanga las gallinas. Marina, una de las empleadas de confianza, es quien se encarga de recibirlas. Es entonces cuando inicia esta historia de entrega y sabor, comienza a orquestarse la cocina. Se prepara el hogao, la yuca, la papa enchalecada, las gallinas y se prende la leña.

 

Todo empezó por allá  en 1947, cuando Pedro Benavides y su esposa, Nieves Ballén, dueños de una tienda en la 61 con 9, comenzaron a vender caldo de gallina para aquietar el frio bogotano, que se colaba entre las ruanas de sus habitantes. En uno de esos tiritantes días, Carlos García,-padre del entrenador de fútbol el “chiqui García”-, le sugirió a la dueña del local, que se comprara un par de gallinas para hacer y vender caldo. Desde entonces el voz a voz la hizo famosa y no tardó en conocerse en el barrio con los empleados de los talleres de carros aledaños, que fielmente iban a comer una presa de gallina con caldo y arepa.

 

Hoy 66 años después, son sus hijos quienes han mantenido la tradición. No solo con la comida, sino con el cariño y atención que le ofrecen a los clientes. Guillermo Benavides, uno de sus hijos, recuerda que con esfuerzo y ahorros, sus padres compraron un lote en la montaña, -lo que hoy se conoce como Chapinero Alto-, en la 65 con 3. En ese entonces en este sector no pasaba nada y los amigos les decían que no se fueran tan arriba. ¿Aventureros? ¿Visionarios? No sabemos qué pasó por la cabeza de esta pareja, que decidió trasladar sus ollas, gallinas y sartenes al lugar. Con su sazón colonizaron  el sector.

 

“Existe el mito de que la gallina es dura, por eso nosotros solo compramos las que tienen dos años y que aún estén produciendo huevos, son tiernas y de mejor sabor” Guillermo Benavides

            Cuando se entra al restaurante, decorado con iglesias de barro, y un retrato de sus fundadores, es fácil trasladarse y alejarse del ensordecedor ruido y agite capitalino. El olor a leña quemada, las ollas borboteando, la música festiva y el calor de hogar, hacen que la visita sea memorable. El piqueteadero Doña Nieves es de esos lugares que rememoran un paseo al campo, o a un pueblo cercano. Allí, el tiempo no corre, no hay afán, se olvidan las carreras y solo dan ganas de disfrutar su sabrosa comida.

 

Los hermanos Benavides han mantenido no solo la tradición del lugar, sino que además han respetado la receta de sus padres. No usan ingredientes químicos, ni salsas artificiales. “Lo que usamos es cebollita, sal, comino, achiote, leña y mucho amor”, dice Guillermo. Por eso el ritual del piquete tiene sus pasos: lo primero que sirven es la taza de consomé, el verdadero levanta muertos, un reconstituyente, que prepara el estomago para la gran ‘comilona’. Lo recomendable es llegar con hambre al lugar.

 

Luego viene el banquete servido sobre una canasta de mimbre y decorada con una hoja de plátano. En ella reposa la gallina hábilmente despresada, -valga aclarar que Pedro el hijo mayor es quien se encarga de esta noble tarea-, y a su lado están arrunchadas las papas, la yuca, las arepas, y el plátano maduro con queso. Solo falta armarse de valor, respirar profundo y agarrar con la mano la presa preferida, porque como canta el dicho “la gallina y el marrano se comen con la mano”. Cerveza, gaseosa, o refajo preparado son las opciones para acompañar, aunque una copita de aguardiente hace el maridaje perfecto al final de esta suculenta ‘panzada’. Y para terminar el festín llega el arroz de leche, el postre de natas o el flan de queso.

 

Don Pedro y Doña Nieves fallecieron hace unos años, pero su presencia está en cada rincón del lugar. Basta con solo darle una mirada a sus clientes, algunos llevan más de 40 años almorzando ahí y  hoy en día llevan no solo a sus hijos sino a sus nietos a recordar viejos tiempos y a saborear buena comida.

 

 

Aunque están ubicados cerca de prestigiosos e importantes negocios de la llamada zona G, el piqueteadero mantienen la calidez y cariño que los caracteriza.

 

El lugar abre de miércoles a domingo desde las 11:00 am hasta las 5:00 pm. La clientela es variopinta, desde altos ejecutivos, políticos y empresarios; hasta personas humildes que con gran esfuerzo llevan a su familia los fines de semana. “Los últimos son nuestros favoritos, los que mas queremos, aunque a todos los tratamos por igual, pero valoramos el sacrificio que hacen algunos para venir a disfrutar de nuestra gallina”, dice Guillermo.

 

En un fin de semana venden entre 70 y 80 gallinas sino es más, teniendo presente que cada una, servida con todos sus ‘gallos’. Lo ideal es compartirla entre 6 y 8 personas y su costo es de $60,000.

 

Al piqueteadero doña Nieves hay que  ir a comer verdadera comida criolla, y lo recomendable es sentarse con Guillermo Benavides a oír las historias de amor y cocina detrás de sus fogones. Buen Provecho.

 

 

Dirección: Calle 65 No 3b-48

 

Teléfono 2481162

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