Columna publicada en la revista Avianca Mayo 2013. Por Margarita Bernal.

La novia que se espanta de ver la vida abierta” (1943, óleo sobre lienzo, 63 x 81.5 cm, Ciudad de México, Colección Jacques y Natasha Gelman), de Frida Kahlo.

“Doctor si me deja tomar este tequila le prometo no beber en mi funeral” Frida Kahlo

Irreverente, comunista, política, celosa, brillante, autosuficiente, bisexual, sufrida y extremadamente talentosa. Todo esto y más se ha dicho de la gran Frida Kahlo, pero de lo que poco se ha hablado es de su pasión alterna a la pintura: la cocina. Esta gran mujer se sentía orgullosa de sus raíces y ancestros mexicanos, elementos reflejados, no solamente, en su obra y forma de vestir, sino además en la comida.

Estuvo casada con el muralista Diego Rivera, goloso, glotón y de carácter fuerte. Frida aprendió de la mano de la exmujer de Rivera, Lupe Marín, las recetas tradicionales para consentir a su amado y aquietarlo, cuando le daban sus famosas rabietas. Adoraba atender a sus múltiples amigos y cómplices de la política, el arte y la vida, como el revolucionario ruso León Trotsky, la fotógrafa Tina Modotti y la cantante Chavela Vargas, entre tantos otros.

Le encantaban las fiestas populares, fueran profanas o religiosas, y para celebrarlas no podía faltar tequila ni comida. Una de las fechas que más disfrutaba era la del día de los muertos en noviembre, y ahí sí que se esmeraba para atender y agasajar a la señora muerte, -que, por cierto, la cortejó permanentemente durante su vida-. La casa se llenaba de actividad y las cocinas no paraban, durante la creación de las ofrendas para los difuntos de la familia. Frida  hacía personalmente las compras de los ingredientes y la calaveras de azúcar en el mercado de la Merced, para preparar los platillos y decorar la mesa. El menú consistía en pan de muerto, tlacoyos de maíz morado –sus preferidos-, variedad de moles y tamales, torrejas, pipián, calabazas, atole y muchos más. Reinaba la abundancia. 

Para Frida la vida no estaba completa sin la comida mexicana, y cocinarla era parte de su forma de amar, así como de aliviar los dolores de cuerpo y alma. La comida era la medicina para alegrar su espíritu y el tequila el elixir del olvido. “Bebo para olvidar, pero ahora… no me acuerdo de qué”, decía.