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Hoy Google Colombia, le hace un bello homenaje a Jorge Isaacs, con motivo de la conmemoración de su nacimiento el 1 de abril de 1837, cambiando su logo por la imagen (doodle) que encabeza este texto.

Este importante escritor colombiano quien nació en Cali y murió en la ciudad de Ibagué en 1895, escribió La María en 1867. Es reconocida como una de las novelas románticas que mejor representa al país, de mediados del siglo XIX y a la sociedad vallecaucana de ese entonces. Fue la primera novela nacional que se adaptó para ser llevada al cine. La historia se centra en el amor eterno entre Efraín y María, sus protagonistas, quienes luchan por mantenerse unidos a pesar de la enfermedad y la distancia.

Años atrás, La María fue el primer libro, que me hizo llorar y suspirar de amor, y por esto me sumo al homenaje, compartiendo algunos fragmentos culinarios, que se encuentran a través de las páginas de la novela. Buen Provecho

LA MARÍA- FRAGMENTOS CULINARIOS

‘La cocina, formada de caña-menuda y con el techo de hojas de la misma planta, estaba separada de la casa por un huertecillo donde el perejil, la manzanilla, el poleo y las albahacas mezclaban sus aromas.’

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‘A nuestro regreso encontramos servido en la única mesa de la casa el provocativo almuerzo. Campeaba el maíz por todas partes: en la sopa de mote servida en platos de loza vidriada y en doradas arepas esparcidas sobre el mantel. El único cubierto del menaje estaba cruzado sobre mi plato blanco y orillado de azul.

Mayo se sentó a mis pies con mirada atenta, pero más humilde que de costumbre.

José remendaba una atarraya mientras sus hijas, listas pero vergonzosas, me servían llenas de cuidado, tratando de adivinarme en los ojos lo que podía faltarme. Mucho se habían embellecido, y de niñas loquillas que eran se habían hecho mujeres oficiosas.

Apurado el vaso de espesa y espumosa leche, postre de aquel almuerzo patriarcal, José y yo salimos a recorrer el huerto y la roza que estaba cogiendo. Él quedó admirado de mis conocimientos teóricos sobre las siembras, y volvimos a la casa una hora después para despedirme yo de las muchachas y de la madre.’

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‘En breve empezaron a servir el almuerzo, mientras yo me las había con doña Andrea, madre de Emigdio, la que por poco deja su pañolón sin flecos, durante un cuarto de hora que estuvimos conversando solos.

Emigdio fue a ponerse una chaqueta blanca para sentarse a la mesa; pero antes nos presentó una negra engalanada el azafate pastuso con aguamanos, llevando pendiente de uno de los brazos una toalla primorosamente bordada.

Servíanos de comedor la sala, cuyo ajuar estaba reducido a viejos canapés de vaqueta, algunos retablos quiteños que representaban santos, colgados en lo alto de las paredes no muy blancas, y dos mesitas adornadas con fruteros y loros de yeso.

Sea dicha la verdad: en el almuerzo no hubo grandezas; pero se conocía que la madre y las hermanas de Emigdio entendían eso de disponerlos. La sopa de tortilla aromatizada con yerbas frescas de la huerta; el frito de plátanos, carne desmenuzada y roscas de harina de maíz; el excelente chocolate de la tierra; el queso de piedra; el pan de leche y el agua servida en antiguos y grandes jarros de plata, no dejaron qué desear.’

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‘Como era preciso llevar algunas provisiones delicadas para la semana que íbamos a permanecer fuera de la casa, provisiones a las cuales era mi padre muy aficionado, riéndose él al ver las que acomodaban Emma y María en el comedor, dentro de los cuchugos que Juan Ángel debía llevar colgados a la cabeza de la silla, dijo:

-¡Válgame Dios, hijas! ¿Todo eso cabrá ahí?

-Sí, señor -respondió María.

-Pero si con esto bastaría para un obispo. ¡Ajá! eres tú la más empeñada en que no lo pasemos mal.

María, que estaba de rodillas acomodando las provisiones, y que le daba la espalda a mi padre, se volvió para decirle tímidamente a tiempo que yo llegaba:

-Pues como van a estarse tantos días …

-No muchos, niña -le replicó riéndose-. Por mí no lo digo: todo te lo agradezco; pero este muchacho se pone tan desganado allá … Mira -agregó dirigiéndose a mí.

-¿Qué cosa?

-Pues todo lo que ponen. Con tal avío hasta puede suceder que me resuelva a estarme quince días.

-Pero si es mamá quien ha mandado -observó María.

-No hagas caso, judía -así solía llamarla algunas veces cuando se chanceaba con ella-; todo está bueno; pero no veo aquí tinto del último que vino, y allá no hay; es necesario llevar.

-Si ya no cabe -le respondió María sonriendo.

-Ya veremos.

Y fue personalmente a la bodega por el vino que indicaba: y al regresar con Juan Ángel, recargado además con unas latas de salmón, repitió:

-Ahora veremos.

-¿Eso también? -exclamó ella viendo las latas.

Como mi padre trataba de sacar del cuchugo una caja ya acomodada, María, alarmándose, le observó:

-Es que esto no puede quedarse.

-¿Por qué, mi hija?

-Porque son las pastas que más les gustan y … porque las he hecho yo.

-¿Y también son para mí? -le preguntó mi padre por lo bajo.

-¿Pues no están ya acomodadas?

-Digo que …

-Ahora vuelvo -interrumpió ella poniéndose en pie-. Aquí faltan unos pañuelos.

Y desapareció para regresar un momento después.

Mi padre, que era tenaz cuando se chanceaba, le dijo nuevamente en el mismo tono que antes, inclinándose a colocar algo cerca de ella:

-Allá cambiaremos pastas por vino.

Ella apenas se atrevía a mirarlo; y notando que el almuerzo estaba servido, dijo levantándose:

-Ya está la mesa puesta, señor -y dirigiéndose a Emma-: dejemos a Estefana lo que falta; ella lo hará bien.

Cuando yo me dirigía al comedor, María salía de los aposentos de mi madre, y la detuve allí.’

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‘Salió a poco de la cocina mi rolliza y reidora comadre, sofocada con el calor del fogón y empuñando en la mano derecha una cagüinga Después de darme mil quejas por mi inconstancia, terminó por decirme:

-Salomé y yo lo estábamos esperando a comer.

-¿Y eso?

-Aquí llegó Juan Ángel por unos reales de huevos, y la señora me mandó decir que usted venía hoy. Yo mandé llamar a Salomé al río, porque estaba lavando, y preguntóle lo que le dije, que no me dejará mentir: “Si mi compadre no viene hoy a comer aquí, lo voy a poner de vuelta y media”.

-Todo lo cual significa que me tienen preparada una boda.

-No lo habré visto yo comer con gana un sancocho hecho de mi mano; lo malo es que todavía se tarda.

-Mejor, porque así tendré tiempo de ir a bañarme. A ver, Salomé -dije parándome a la puerta de la cocina, a tiempo que mis compa­dres se entraban a la sala conversando bajo-: ¿qué me tienes tú?

-Jalea y esto que le estoy haciendo -me respondió sin dejar de moler-. Si supiera que lo he estado esperando como el pan bendito…

-Eso será porque me tienes muchas cosas buenas.

-¡Una porcia! Aguárdeme una nadita mientras me lavo, para darle la mano, aunque será ñanga, porque como ya no es mi amigo… ‘

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‘Tránsito me presentó entre ufana y temerosa, la taza de café con leche, primer ensayo de las lecciones que había recibido de María; pero felicísimo ensayo, pues desde que lo probé conocí que rivalizaba con aquél que tan primorosamente sabía preparar Juan Ángel.

Braulio y yo fuimos a llamar a José y a la señora Luisa para que almorzasen con nosotros. El viejo estaba acomodando en jigras las arracachas y verduras que debía mandar al mercado el día siguiente, y ella acabando de sacar del horno el pan de yuca que iba a servirnos para el almuerzo. La hornada había sido feliz, como lo demostraban no solamente el color dorado de los esponjados panes, sino la fragancia tentadora que despedían.

Almorzábamos todos en la cocina: Tránsito desempeñaba lista y risueña su papel de dueña de casa. Lucía me amenazaba con los ojos cada vez que le mostraba con los míos a su padre. Los campesinos, con su delicadeza instintiva, desechaban toda alusión a mi viaje, como para no amargar esas últimas horas que pasábamos juntos.

Eran ya las once. José, Braulio y yo habíamos visitado el platanal nuevo, el desmonte que estaban haciendo y el maizal en filote. Reunidos nuevamente en la salita de la casa de Braulio, y sentados en banquitos alrededor de una atarraya, le poníamos las últimas plomadas; y la señora Luisa desgranaba con las muchachas maíz para pilar.’

CAGÜINGA: Utensilio de madera de mangle. Pala usada en la preparación de las conservas de panela de azúcar, generalmente tallada en el mango. Artefacto utilizado en la pesca.